Chamán, Sanador, Sabio

Chaman sanador sabio Chamán, Sanador, SabioLos chamanes nativos americanos vienen practicando la medicina energética desde hace más de cinco mil años, pero hay algunos sanadores que creen que su linaje espiritual se remonta aún más atrás. Recuerdan historias, transmitidas de abuela a nieta, que hablan de cuando la Tierra todavía era joven.
A pesar de que los primitivos habitantes de América tenían unos complejos conocimientos astronómicos, unas avanzadas matemáticas y una sofisticada arquitectura, la escritura no llegó a desarrollarse en las Américas como se desarrolló en otros lugares. Los expertos pasaron por alto las tradiciones espirituales de los nativos americanos en favor del judaísmo, el cristianismo y el budismo, que habían dejado tras ellos registros escritos. Por ejemplo, mientras que los teólogos occidentales llevan estudiante el budismo desde hace más de dos siglos, sólo en los últimos cuarenta años ha llegado a emerger un interés serio en el estudio de la espiritualidad nativa americana. El estudio del chamanismo se reservó a los antropólogos, quienes, con notables excepciones, como Margaret Mead, estaban mal preparados para abordar temas espirituales.

La destrucción indiscriminada a la que se vieron sometidos los indígenas norteamericanos por parte de los colonos europeos llevó a los nativos americanos que sobrevivieron a la reclusión de las reservas, donde los ancianos custodiarían con celo sus tradiciones espirituales. Es comprensible que los ancianos se mostraran reacios a compartir su legado con los dominadores blancos. A los indios del Perú no les fue mucho mejor. Los conquistadores españoles llegaron al Perú en busca de oro, de ahí que no se molestaran demasiado por las tradiciones espirituales incas. Sin embargo, lo que los conquistadores pasaron por alto sería lo que los misioneros intentarían arrasar.

La descarnada banda de buscadores de oro que llegaron al continente suramericano trajo con ella unas creencias que eran incomprensibles para los indios. La primera era que todos los alimentos del mundo pertenecían, por derecho divino, a los seres humanos (concretamente a los europeos), que eran dueños de animales y plantas en toda la Tierra. La segunda creencia era que los seres humanos no podían hablar con los ríos, con los animales, con las montañas o con Dios. Y la tercera era que la humanidad tendría que esperar al final de los tiempos para poder saborear el infinito.

Nada les podía haber parecido más absurdo a los nativos americanos. Mientras que los europeos creían que habían sido arrojados del mítico Jardín del Edén, los indios creían que ellos eran los cuidadores del Jardín. Ellos aún hablaban con los estruendosos ríos y con las susurrantes montañas, y todavía escuchaban la voz de Dios en el viento. Los cronistas españoles del Perú escribieron que, cuando Pizarro se encontró con el soberano inca Atahualpa, aquél le regaló una Biblia, diciéndole que aquélla era la palabra de Dios. El inca se llevó el libro a la oreja, escuchó con atención durante unos instantes y luego arrojó el sagrado libro al suelo, exclamando: “¿Qué clase de dios es éste que no habla?”.

Además de su silencio, a los nativos americanos les confundía sobremanera el género de aquel Dios europeo. Los conquistadores traían con ellos una mitología patriarcal que intimidaba las femeninas tradiciones de los nativos americanos. Antes de la llegada de los españoles, la Madre Tierra y sus formas femeninas (las cuevas, las lagunas y demás aberturas de la tierra) representaban los principios divinos. Los europeos impusieron el principio divino masculino: el falo, o Árbol de la Vida. Las agujas de las iglesias se elevaban hacia el cielo, mientras que a la femenina Tierra ya no se la adoraba ni respetaba. Los árboles, los animales y los bosques podían ser sometidos a todo tipo de saqueo.

En la actualidad, seguimos viviendo bajo la garra de esta inconexa visión del mundo. Creemos que, si algo no respira, no se mueve o no crece es que no está vivo. Vemos la energía procedente de la madera, del petróleo o del carbón como un combustible al que podemos dar uso. En el mundo antiguo, la energía se tenía por el tejido viviente del Universo. La energía era la creación manifiesta. Quizá la expresión contemporánea más importante de esta creencia la formulara Albert Einstein cuando explicó la relación entre materia y energía con su ecuación E = mc^2. En Occidente, nos identificamos con el lado de la materia, que es finito por naturaleza. El chamán se identifica con el lado de la energía, que es infinito por naturaleza.

Existe otra diferencia fundamental entre los antiguos americanos y los modernos. En la actualidad, somos personas de preceptos. Somos una sociedad gobernada por normas, que se basan en documentos tales como la Constitución, los Diez Mandamientos o las leyes que promulgan los cargos efectos para dar orden a nuestra convivencia. Cambiamos los preceptos (las normas o las leyes) cuando queremos cambiar el mundo. Los antiguos griegos, por otra parte, eran personas de conceptos. No estaban interesados en las normas, sino en las ideas. Creían que una sencilla idea podía cambiar el mundo, y que no había nada tan poderoso como una idea a la que le hubiera llegado su momento. Los chamanes son personas de percepciones. Cuando quieren cambiar el mundo, se sumergen en cambios perceptivos que cambian su relación con la vida. Visualizan lo que es posible, y el mundo exterior cambia. Éste es el motivo de que los ancianos incas se sienten juntos y mediten, para visualizar el tipo de mundo que quieren que sus nietos hereden.

Uno de los motivos por los que se han guardado tan celosamente las prácticas de sanación energética es porque se suelen confundir con una serie de técnicas, del mismo modo que la medicina occidental se considera a veces como una serie de procedimientos. Creemos, erróneamente, que podemos llegar a dominar la energía sanadora si aprendemos bien sus reglas. Sin embargo, para el chamán no se trata de reglas ni de ideas. Para ellos, se trata de visión y de Espíritu. Y, aunque las prácticas sanadoras varían de aldea en aldea, lo que no varía es el Espíritu. La verdadera sanación es nada menos que un despertar a una visión de nuestra naturaleza sanada y a la experiencia del infinito.

Chamán, Sanador, Sabio.
Cómo sanarse a uno mismo y a los demás
con la medicina energética de las Américas.

Alberto Villoldo.

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